viernes, 26 de agosto de 2011


De cómo nací y reviví toda mi vida en una mueca



Dejé atrás los vestigios que hacen de una persona, una persona.
Me desnudé en el silencio humilde de lo que para muchos, la gran mayoría, sería locura.
Cuántos creídos cuerdos habrán de mirarme y sollozar la penosa tragedia de aquel, que un día sirvió a los otros aquellos?!
Cuántas personas me mirarán con desprecio, con asco, como queriendo borrar de la existencia hasta la sombra lejana de lo que nunca fui... Borrarían mi alma, sólo así, dejaría de ser algo: loco, desquiciado, moribundo...
Pero una vez que se existe, no hay vuelta atrás, hagas lo que hagas, nunca más vas a poder no ser.
Este sólo pensamiento, profundo, filosófico, danza por la cornisa del olvido para todos aquellos que quieren, pretenden que las cosas-personas dejen de existir. Juega como un niño sobre las espaldas de quienes temen olvidar, temen dejar atrás y no dejar de ser animales de carga del recuerdo.
No hay peor tragedia para la gran mayoría de los seres humanos, que algunos seamos felices sin recordar, sin memoria, sin remordimientos por simplemente sin...
Me llamo Benito Kamelas… Sí, te podes reír. La mayoría se ríe cuando digo mi nombre por el famoso chiste al que hago alusión cada vez que me presento. Pues resulta que mi nombre no fue puesto de puta casualidad. Mi padre, un cómico llamado Alberto Kamelas, evocaba la risa con su sola presencia. Bastaba verlo entrar al escenario con su traje azul oscuro y sus mocasines negros, que la gente comenzaba a reír a carcajadas.
Tenía el don de hacer que las personas rían, porque su aura, según expresaba con cierto tono místico, era una carcajada contagiosa salida del mismo Dios.
Claro que cualquiera que lo viera, al instante se daría cuenta de que no era su aura, ni la mueca de Dios contagiando a los mortales. Más bien sería que Dios, es un jodido de mierda y entre muchas criaturas se le ocurrió crear una de mala gana.
 Era como una especie de collage canino de diferentes razas: orejas parecidas al perro de mi tía Lorenza, llamado Alberto (imaginen el parecido, que decían que el "pobre perro tiene cara de Alberto" y por más que intentaran llamarlo de mil otras formas, el nombre “Alberto” resonaba en sus orejas y gran parte del rostro como una maldición).
Sus mofletes, no me atrevo a decir cachetes y mucho menos pómulos, eran una suerte de buldog francés que agudizaban los labios, como si estuviera silbando. Tenía una cabellera que daban ganas de cortarla al estilo caniche toy: rizada, negra, manchada con tonos marrones oscuros.
Su cuello languidecía, frágil, como intentando no quebrarse al sostener esa cabeza de Dogo en un cuerpo de galgo italiano.
Cuando hablaba, terminaba por convencer a cualquier escéptico de largar la carcajada más profunda y hasta maliciosa del centro mismo del alma.
Su voz podía confundirse fácilmente con los alaridos de una parturienta dando a luz a su primogénito (sin anestesia).
Mi abuela; paciente crónica de hemorroides agudas, siempre contaba que cuando nació mi padre, el primero en gritar fue el cuerpo médico, y que posteriormente se oyó un gruñido que sonaba a desgarro anal.
- El pobre es feo por fuera, por dentro y hasta como suena!- Decía la gente al verlo u oírle.
Se imaginan ustedes que nadie imaginó que esta broma que Dios le hacía a los hombres, podría en algún momento gustarle a ninguna mujer, con suerte a un hombre y a dios gracias si es humano, decía mi abuela.
Pero la vida tiene esos juegos que nunca dejan de asombrarnos, y para sorpresa de todos, sí existió alguien que llegó a ver en Alberto Kamelas una persona: Josefa Santa Maria Arsegaz.
Los comentarios se desparramaron por toda la familia de mi padre: el buitre esta noviando, aborto mal trecho tiene pareja, ¿será humano?, traigan la correa, preparen los pochoclos y expresiones de este tipo lo asediaban en la sombra, persiguiéndolo por todos lados como si el mundo entero estuviera  girando a su alrededor.
- El ser humano, tiene la capacidad de no mostrar aquello que siente en lo mas profundo de sus esfínteres, y termina por constipársele la mente y el espíritu por tanto apego a la mierda! - Decía mi abuela, cuando oía esos comentarios - Que sí, el hombre y alabado Jesús y santa María madre que le digo hombre, es feo como pedo mojado, pero bueno… Que es mi hijo, y un hijo es una bendición para cualquier mujer! -
Mi madre era una fenómeno de la naturaleza, o como decía mi tío, un fenómeno, de qué no sé, porque la naturaleza es sabia y eso se parece más a un tumor que a una persona!
Parecía estar apegada a los transparentes bigotes que le crecían por encima de los labios y se perdían por la barbilla, subiendo por  los costados de la cara, abrazando sus ojos, en cejas que delineaban una recta, como queriendo marcar  el camino hacia el otro lado del rostro.
Sus ojos eran achinados, con ojeras cargadas de llanto nunca llorado. Eran como cuando uno ríe y los ojos se esconden tímidos, detrás de la comisura de la piel arrugada. Tenía una altura de metro y medio. Su parecido era el resultado de la mezcla entre una mangosta y un puerco espín, por su pelo agudo y duro como espinas.
Su voz era tremenda, como no queriendo salir, como atorada, agarrada a las cuerdas vocales (raspaba los oídos), pesada y fría como el metal.
Siempre hay un roto para un descocido, se juntaron el hambre y las ganas de comer, estos sí que fueron hechos el uno para el otro, decían los amigos, familiares, la gente en general.
Pero aún con todo ese estallido de imperfecciones, de vello desparramado por todo el imperfecto cuerpo de mi madre, había belleza. En su desierto cuerpo, ausente de cualquier vestigio de una simétrica sutileza estética, sus ojos achinados reflejaban una percepción de la vida diferente, una mirada hacia esas luces que nadie percibe, una particular inteligencia disfrazada de bestia. - La gente es incapaz de ver más allá de lo que la sociedad les dicta, no perciben, sólo consumen y se mueren de cáncer. - Decía, y esas palabras nada más las puede decir una persona inteligente, que comprende que el cáncer y la sociedad tienen un comportamiento semejante: el consumo.
Pero la fastuosa fealdad de Josefa Santa María Arsegaz era más poderosa ante los ojos de los otros, pues jamás fue reconocida por su alucinante cabeza, sino por su alucinante fealdad.
Así, el paso del tiempo se quebró, se fundió en un pasado constante. Cada presente se evaporaba antes de pasar por la psiquis, antes de hacerse tiempo, sentimiento y todo ese paso iba dirigido de momento, hacia mi existencia...
Un 31 de febrero vine a este mundo.
Antes de venir como es natural, mi madre quedó embarazada, fue un escándalo, un suplicio. Nadie que conociera a mis padres esperaba tremendo acontecimiento. Qué podía nacer de genes tan exageradamente imperfectos como estos? Nada humano, de seguro.
Transcurrieron 9 y hasta 10 meses de pura agonía. Mi padre se lo había tomado bien, no esperaba ser padre, pero el sentimiento de aceptación se fue acrecentando a medida que el feto se iba desarrollando. 
El miedo también acompañaba como una sombra llenándolo todo de oscuridad, y mientras más se acercaba el tiempo de mi venida al mundo, más crecían los fantasmas sobre el engendro (tal vez asesino) que estaba a punto de pisar, existir sobre la tierra. Nadie podría aceptar a otro espécimen de fealdad combinada, más feo que sus progenitores, respirando el mismo aire, viviendo siquiera en el mismo barrio.
Mi madre engordaba, maduraba en su vientre como una fruta el primogénito. En su rostro se leía alegría y tristeza, jugando entre ellas como hermanas inseparables. Temía por la vida que llegaba, pero estaba feliz de ser el vaso contenedor de un nuevo comienzo.
Me tardé 10 meses en nacer y por fin decidí salir a los ojos del mundo.
La vida es tan impredecible como infinita, una caja negra, un camino oscuro de misterio. Es como andar a tientas con los ojos cerrados, sorprendiéndote a cada instante.
Nadie en ningún lugar del mundo lo hubiera imaginado.
Mi padre estupefacto echó a reír apenas vio al niño, mi madre sumergida en sudor y terror no podía abrir los ojos, el miedo la había cegado. Hasta que en un segundo hermoso, el más hermoso de todos los segundos, se oyó el llanto de un niño. Parecía un canto y ante la pálida sonrisa de mi padre y el abigotado rostro de mi madre, me di a conocer: una criatura sana y hermosa.
La sonrisa fue sacudida por un vacío. Un tremendo estupor se incrustó en el rostro lúgubre de mi padre, se cosió a su más profundo sentimiento, se aferró como un parásito sobre su espíritu.
 Algo nuevo nació ese día, mi padre parió un odio hacia mi inocente existencia, culpable de llevar belleza, producto del amor entre el amor de dos feas formas encontrando su forma en una nueva vida.
A veces el humor nace del odio, a veces es el impulso de herir los sentimientos del otro, cortar el orgullo desde la raíz misma, desnudar en el frío de las miradas ajenas lo más ridículo y vergonzoso que "aquella" persona puede esconder.
  Fue este instante rojo, el que marcó mi existencia para siempre - Cómo lo van a llamar? Inquirió la enfermera... Benito! Se adelantó mi padre.
Es raro cómo los segundos te marcan para la eternidad, como en cada comienzo se percibe la inevitable agonía del final. En este instante la mueca de la enfermera reflejó la realidad que me esperaba para toda la vida, con un hambre que solo se saciaría el día de mi muerte.
Esta es la historia de mi nombre Benito Kamelas, pero no es lo que quiero contar de mí. Mi historia es mucho más antigua que yo, tiene que ver con el Ser y con cómo los seres humanos se atan a un mundo superficial, enfermo, miserable y pobre... La condena que algunos traemos, es la de ver aquellas luces que nadie percibe...

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